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Familias que aiudan a familias. Antídoto para la soledad, más allá de la pandemia.

Vincenzo Bassi, Presidente de la Federación de Asociaciones de Familias Católicas de Europa (FAFCE).



Estamos viviendo una crisis sanitaria sin precedentes. Esta crisis, debido a las medidas de contención de la pandemia y a la inseguridad generalizada, tendrá un impacto aún mayor en el desarrollo económico de todo el mundo. Y, como ya nos muestra claramente el informe del Observatorio Internacional de la Familia sobre “Familia y pobreza relacional”, la crisis económica no está sola, sino que siempre va acompañada y seguida de una pobreza relacional que tiene su raíz –especialmente en Europa– en el consumismo y el individualismo imperantes.


Como Federación de Asociaciones de Familias Católicas de Europa, tenemos la posibilidad de experimentar de primera mano, gracias a las organizaciones reunidas en nuestra realidad europea, el inquietante surgimiento de la soledad de las familias; nuestra tarea, hoy más que nunca, es precisamente la de denunciar la existencia de esta soledad en las sedes institucionales de nuestro continente, de forma concreta, recordando a todos la realidad: Estados miembros, instituciones comunitarias, pero también la propia Iglesia católica de la que nos sentimos parte activa.


La soledad es la enfermedad profunda de nuestro tiempo, como lo denunció proféticamente el papa Francisco poco antes del comienzo de la crisis, en su intervención al final del Congreso Internacional organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida sobre “La riqueza de los años”. ¿Y cómo no recordar sus propias palabras ante el Parlamento Europeo, en Estrasburgo, el 25 de noviembre de 2014? “Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno”.


Parece como si la actual pandemia simplemente estuviera poniendo al descubierto toda nuestra pobreza relacional y la soledad profunda que experimentan muchas familias.


Sin embargo, las familias con un sentido de responsabilidad valiente no han renunciado a estar en primera línea para afrontar la crisis: al igual que el personal sanitario en los pasillos de los hospitales, han permitido que lo ordinario pudiera continuar de alguna manera a pesar de la extraordinaria situación histórica que todavía estamos viviendo. Y así las familias se ocupan de los programas escolares, se ocupan de las situaciones de pobreza, así como de los enfermos que deben ser tratados en casa (no solo por COVID) y al mismo tiempo hacen todo lo posible para trabajar y sacar adelante la economía del país.


Y en todo este esfuerzo, las familias han estado a menudo solas.


¿Qué se puede hacer ante esta situación para vencer la soledad de las familias?


Por supuesto, para resolver este problema, que es sobre todo de naturaleza existencial, no son tan útiles las simples primas, las contribuciones económicas y ni siquiera los grandes discursos de ánimo.


Nuestra experiencia nos enseña que la familia necesita momentos de compartir, de confrontación y de reciprocidad no solo internamente sino también externamente, con otras familias. Por esta razón, ha llegado el momento de apoyar y promover el asociacionismo familiar y la formación de nuevas redes de familias en todas sus formas.


No se trata solo de responder a una emergencia actual. La crisis actual ofrece a todos una oportunidad preciosa para regenerar nuestra forma de concebir la función de la familia y de las personas que la componen en nuestras comunidades.


Recientemente, el Cardenal designado Mario Grech, en una interesantísima entrevista concedida a La Civiltà Cattolica, subrayó que sería un grave error volver a la pastoral de antes y olvidar el papel de Iglesia doméstica fundamental que la familia desempeñó durante el confinamiento.


Por lo tanto, es necesario que haya una mayor y efectiva conciencia, en todos los ámbitos, de la función original de la familia como eje de la subsidiariedad.


Sin embargo, en este cambio de época actual, donde el individualismo, la vida en “pisos” y el frenesí cotidiano han cambiado la forma de las relaciones entre las familias, es necesario que estas expresen sus capacidades relacionales creando cada vez más redes, grupos de familias en todas las comunidades, incluidas las parroquias.


Solo así, a través de las redes de familias generadoras, se podrá inculcar el antídoto a la soledad en nuestras comunidades.


Poner a las familias en el centro apoyando su protagonismo mediante una mutualidad familiar regenerada significa también permitir que las familias intervengan responsablemente, con sentido de la realidad y sin ideología, en la práctica de la gestión de los bienes comunes.

Concretamente, hasta ahora se ha considerado a la familia como el enfermo al que hay que cuidar; nuestra propuesta es considerarla en cambio como el cuidado del enfermo.

Y esto tiene consecuencias muy concretas, empezando por las comunidades locales, en la ayuda mutua y los servicios que las propias familias ya son capaces de llevar a cabo, hasta las intervenciones a nivel de las instituciones de la Unión Europea, que no pueden pensar en la recuperación, sin tener en cuenta el reto demográfico que afecta a todos los Estados miembros.


Avancemos con confianza. Este es, en efecto, un momento histórico muy valioso para volver a proponer a la familia como cuidado y recurso para toda la comunidad.


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