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Personas mayores solas: ¿Qué podemos hacer cuando es difícil o imposible el cuidado de la gratitud?

Donatella Bramanti, Profesora Titular de Sociología de los Procesos Culturales y Comunicativos, Facultad de Ciencias de la Educación - Universidad Católica del Sagrado Corazón, Miembro de la Junta del Centro de Estudios e Investigaciones sobre la Familia



La pobreza relacional, con referencia a una familia, puede entenderse tanto como la escasez de relaciones presentes y activas en un determinado grupo familiar, como la limitación del número de redes de relaciones en las que se inserta la familia, y también como un déficit en la calidad de las propias relaciones, ya sean internas o externas.

El entrelazamiento de estas condiciones es a menudo el origen de la soledad de las personas mayores.


Aunque la esperanza de vida en Italia hoy en día hace posible que varias generaciones coexistan en el seno de la familia y hay una fuerte tendencia en las familias italianas a permitir que los ancianos permanezcan en casa tanto como sea posible, para muchos esto no ocurre.


Para comprender de cerca la soledad y el aislamiento en el que pueden caer los mayores, son significativos los resultados de una investigación que realizamos (Rovati, Bramanti, 2018) sobre los usuarios de un innovador servicio promovido por el Ayuntamiento de Milán desde 2008, que nació con el objetivo explícito de contrarrestar las graves formas de aislamiento y soledad de las familias, especialmente de los ancianos.


El servicio, denominado Custodia Sociale (Custodia Social), ha promovido una nueva figura de trabajador, el cuidador social, con la tarea de ser un centinela del malestar y un activador de intervenciones en caso de necesidad.


Aquí relatamos una breve historia, emblemática, para comprender de cerca la pobreza relacional que puede afectar a las personas mayores, que viven en grandes zonas urbanas de nuestro país, y el apoyo concreto que puede ofrecer un servicio de proximidad.


La señora Giovanna que adora a los gatos


Giovanna es una anciana de 81 años que vive sola. La señora dirigía una tienda en el centro de la ciudad antes de la aparición de varias enfermedades: la más importante es la diabetes, que ocasionó que le amputaran un pie. La mujer también tuvo cáncer de pulmón y, en este caso, también se sometió a una intervención invasiva. Debido a estas graves enfermedades y a la soledad, sufrió una depresión, hasta el punto de pensar varias veces en el suicidio; se sintió abandonada y ella misma se aisló por vergüenza, una vez que se mudó a la vivienda de protección oficial. Giovanna tenía una hermana que murió y un hermano que también falleció recientemente, por lo que se quedó sola, aparte de algunas amigas del vecindario. Giovanna no puede caminar, pero puede montar en bicicleta. A Giovanna le gustan los gatos, es una amante de los gatos, tiene algunos gatos que son su compañía. «Vive para estos gatos» –nos cuenta la cuidadora social– «les da de comer», incluso deja entrar gatos callejeros en casa.
Vive en un piso de tamaño medio, las paredes están sucias, hace mucho que no se pintan, los muebles del comedor donde tiene lugar la entrevista con la anciana son viejos, el dormitorio está limpio, mientras que en la sala de estar hay más desorden y suciedad: los gatos de la señora se pasean por los muebles y por el sofá; la ventana de la sala de estar tiene un agujero que da al pequeño balcón que a su vez está en la calle, desde el que los gatos callejeros pueden entrar y salir. Algunos gatos tienen extremidades cortadas; el gato que se subió a la mesa durante la entrevista incluso se vio privado de un ojo como resultado de una bravata de gamberros.

La primera visita de la cuidadora social a la casa de la señora «fue un poco impactante»: en esa ocasión había sido enviada por el asistente social para acompañarla al hospital para una operación bastante delicada en un pie. La cuidadora social no conocía la calle ni la ubicación de la sala donde tenían que ir, mientras que Giovanna tenía mucha experiencia y era capaz de orientarse bien en el hospital. Esa fue la ocasión en la que la cuidadora social y la anciana lograron conectar, precisamente debido a que ambas se encontraban en una condición de déficit.


La anciana es una persona a la que le gusta leer libros, pero está muy sola, por lo que se involucra en «momentos de socialización en el oratorio de Santa Lucía, donde se juega al bingo, se tricota, se come pastel, se organizan fiestas». El cuidador social se encarga del acompañamiento a los frecuentes controles sanitarios, y colabora con los análisis de sangre periódicos en el domicilio. El examen lo realiza un enfermero profesional que deja el vial de la extracción en el domicilio y es el cuidador social el que se encarga de entregarlo al hospital y de realizar la recepción cada vez. La farmacia también colabora en este proceso, donde llega por fax el resultado del hospital.


Giovanna ha pedido ayuda para el alquiler, la cuidadora social ha solicitado una subvención y ahora están esperando el resultado.


La señora es controlada por el cuidador social cada semana, con una visita a domicilio y luego por teléfono cada sábado.


Como la señora no puede salir cuando hace frío o demasiado calor, tiene problemas para hacer la compra: el cuidador social ha activado el servicio municipal de comida a domicilio. También se pidió una ayuda al fondo de solidaridad porque la anciana no podía pagar el alquiler.


Este verano la señora tenía la nevera rota y la cuidadora social consiguió que pudiera tener una usada donada por una institución que se ocupa de la acogida residencial para los ancianos y que había renovado recientemente las cocinas. La cuidadora no solo hizo la solicitud, sino que contribuyó al transporte hasta el domicilio con la ayuda del hijo de la cuidadora social y otro trabajador de la institución.


La relación entre la señora Giovanna y la cuidadora social parece ser muy fuerte, son muy afectuosas la una con la otra, aunque en ocasiones la cuidadora regaña a la anciana sobre lo que debe hacer y los compromisos posteriores que debe asumir. La trabajadora dice que «es como si fuéramos parte de su familia [...] se gana confianza, hay una relación familiar, ella es tranquila, siempre está sonriendo, siempre feliz y contenta», «no nos cuesta nada hacer un seguimiento telefónico para hacerles sentir que hay alguien. A veces discutimos puntos de vista, pero siempre de manera educada».

Giovanna declara: «estoy muy feliz de tener a alguien así a mi lado. No podría estar mejor, es una buena persona».


Por su parte, la cuidadora social enfatiza que le gusta su trabajo: «para mí es muy bonito, ayudas a la gente y ves las mejoras. Yo, por ejemplo, he batallado con usuarios que no han hablado con sus hijos durante años. Hemos podido ponerlos en contacto con sus familiares, siendo un poco insistentes».


De esta historia se desprende claramente que es posible, en situaciones límite, activar relaciones “artificiales” que progresivamente consiguen volverse reales y tener un profundo impacto tanto en quienes prestan el servicio, los trabajadores, como en quienes lo reciben, los beneficiarios.


El intercambio relacional ha permitido a muchas personas volver a empezar y poder replantearse su propio futuro, aunque sea incierto y frágil. Lo más valioso es que los intercambios y los apoyos materiales e instrumentales (el dinero para el alquiler, la nevera) adquieren sentido dentro de una relación que se vuelve significativa. Para los cuidadores esto significa una valiosa confirmación de su identidad de función profesional, de la que parecen ser conscientes.


La orientación de la acción encaminada a promover redes de afrontamiento natural (natural coping networks) sigue siendo tímida y requeriría cierta competencia adicional por parte del cuidador social; sin embargo, existe una predisposición natural de estas figuras a adoptar esa perspectiva. En muchos casos se entiende, quizás entre líneas, que se ha trabajado para una verdadera red de afrontamiento natural, es decir, cercana al sujeto, capaz de catalizarse para un interés común o bien percibido.

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